EPIGRAMAS EN LA ACRÓPOLIS
Jorge Luis Gutiérrez
(Atenas, octubre de 2012)
I
La luz, siempre es la luz
la que me trae tu presencia.
Y es frente a la luz que tu imagen
se refleja en el lago de lo sublime.
II
Y es en la luz que oigo
el lento murmullo
de las aguas del Lete:
el sereno río del olvido.
III
Y en la luz me tiento
a beber de esas aguas.
En los días luminosos,
cuando tú desfilas desnuda
en la quimera de un poema,
me gustaría llenar mi
copa con el flujo de ese río.
IV
Y brindar por tu lírica armonía;
Y por la temporalidad neurálgica
del ritmo de la vida, vibrando
en la tonalidad de tus ojos.
Por tu cuerpo que celebra la belleza
en la gran danza del tiempo,
en la irreversibilidad crucial
de la existencia que pasa.
Brindar por las botellas
que no fueron abiertas...
Y por el vino que secó en las parras.
V
Y deambulo por tus
fotos en el crepúsculo,
como si fueran un
irreparable territorio.
Un deslumbrante mapa
pintado en la epidermis
del suelo de lo emocionante.
Una sonrisa tibia
decorada con columnas
literarias y axiológicas...
VI
Es que en la profunda primavera
te fuiste lejos.
Para donde mi alma
ya no puede alcanzarte.
Para ser el vertebral fuego
de una transparente lluvia.
Mientras la benévola luz
discurre en los espacios vacíos
y mis añoranzas
se reflejan inmensas
en la intrépida fruición
de una aventurera rima.
VII
Y el sol me ilumina
sentado en los escalones
de antiguos templos,
escribiendo poemas
sobre lo que amo,
sobre inconfesables deseos,
y filosofando sobre la inmersión
del amor en el “kairós” del tiempo.
VIII
Y me gustaría caminar en la tarde esperando encontrarte.
O volver a encantarte
con la corriente perspicaz
de mis embriagados versos...
O volver a contemplar:
apolíneo cabello,
tornasol intrépido,
multiformes líneas,
poesía afable,
audaces hebras,
arte-imagen,
dionisíaca inmensidad.
IX
Y sólo escucho el coro de lo fugaz cantando a las delicias del jardín
de la otra orilla del silencioso Lete.
X
Y la luz me muestra risueña
el espejismo plácido
de tu rostro que amo.
XI
Y las constelaciones señalan
los lugares que nunca visitamos;
y los faros encienden sus lámparas
para navíos que nunca zarparán.
Y aunque nadie la vea
la estrella polar aún señala el norte.
XII
Y tú mi bella,
te duermes en mis brazos
en la noche de los mares;
entre el suave "todavía no"
de un soñado paraíso,
y el frío "nunca-más",
de un inalcanzable beso.
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