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“GIOVANNA E OS POEMAS SUMERIOS” ►
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Literária de Jorge Luis Gutiérrez ► |
GIOVANNA Y LOS POEMAS SUMERIOS
Jorge Luis Gutierrez Yo, Diego de Petra, escultor, poeta post-moderno de la era de la
informática y frecuentador de los espacios cibernéticos, narraré mi romance
con Giovanna Carol, la mujer que más amé en la vida y la más bella que mis
ojos ya vieron. Los hombres la amaban, sin embargo ella nunca había amado.
Ella sólo amaría el hombre que la pudiera transformar en poesía. Sí, voy a
contar su historia, aunque no sea el mejor momento, pues al rato de empezar a
hablar la emoción llena mi pecho. Hace seis meses Giovanna se desvaneció de
mi vida. Después de permanecer siete años a mi lado, desapareció. Y la
tristeza fue tanta, que pensaba que nunca más acabaría. Ahora que las
lágrimas se secaron, necesito escribir. Ella quería ser transformada en poesía e intenté realizar ese antojo.
Y hoy que no sé donde está, tengo un estante lleno de poemas escritos en tablillas de greda, en letras cuneiformes e
idioma Sumerio. Cuando las miro pienso en Giovanna y la imagino viviendo en
ellas. Por ella estudié esa lengua por dos años y fui el primer hombre que
escribió poesía en sumerio en los últimos cincuenta siglos. Cuando conocí a Giovanna, era lúcido sobre la temporalidad de mis
poemas y nunca vi otro destino para ellos a no ser vivir en su corazón
femenino. Fue ella quien empezó a hablar que deseaba que fueran preservados
para siempre. Y yo la amé y ella me hizo pensar en el tiempo, en el
transcurrir del tiempo, en como todo pasa, en el devenir de los instantes, en
la fugacidad de la vida, en el transcurso de las horas, de los días, de las
semanas, de los años, de los siglos, en la propia eternidad. En lo que pasa,
en lo que perdura y en lo que permanece por detrás de los cambios. Todo comenzó con un e-mail que Giovanna me mandó una noche de martes,
al principio del otoño:
Contesté: Querida Giovanna:
Al otro día, temprano,
llegó un nuevo e-mail, traía una foto de ella en adjunto: Mi dulce Diego:
Mi respuesta fue al
atardecer. Llovía mucho: Mi infinita Giovanna
Y ella vino y vivió conmigo. Y con eso abrí las puertas a la
incertidumbre y a lo imprevisible. Y ahora mientras escribo, muchas cosas
vienen al recuerdo, de la rutina, de lo cotidiano... de la vida con Giovanna.
Me acuerdo, por ejemplo, que cuando andaba con ella, el mejor camino era
aquel más largo, aquel que nunca terminaba. Era tan bueno estar con ella. La
deseé y amé desde el primer instante que la vi en mi puerta, con su pelo
suelto delante de la tarde que caía. Fui feliz y si mi destino fuera quedarme
eternamente en ese momento yo sería ciertamente un hombre afortunado. No quise
nada más. Sólo me quedé mirándola. Nada más. Parecía que había entre nosotros
un lente fotográfico de efectos especiales. Era una imagen sublime y
magistral. Momento único, completo, eterno, grandioso. Declaré ese momento
imagen eterna. Sus líneas eran perfectas. Un sentimiento de eternidad vino al rato:
inmortalizar su cuerpo, esculpir su cuerpo en una piedra, así ella duraría
milenios, como las antiguas diosas. Pero ella no quería ser inmortalizada en
una escultura: lo que ella quería era ser transformada en poesía. Y ella me
escogió para realizar su sueño. Sí, yo fui el electo. Empecé a escribir algunos poemas que llamé “Cantares Infinitos para
Giovanna”. Sin embargo estaba lejos de transformar a Giovanna en poesía y de
encontrar una forma para que esos poemas perduraran. Ella decía que quería un
poema inmortal y yo sabía que nada de aquello duraría. Que el papel era
frágil y la memoria de la computadora también. Hasta que un día navegando en la Internet encontré una web que me
pareció curiosa. Era la página de un tal Américo Melchor. Su presentación me
dejó intrigado:
Le mandé un e-mail contándole de mi búsqueda por una forma de que los
poemas de Giovanna perdurasen a través de los siglos, y de su antojo de ser
transformada en poesía. El contestó casi de inmediato:
Quiero comenzar con una pregunta, mi estimado Diego de Petra. Si por
algún motivo —como, por ejemplo, una tormenta de arena de esas que hay en el
Sahara— la pieza donde usted tiene la computadora, con todos los poemas para
Giovanna almacenados en la memoria, quedara sumergido en las arena por cinco
mil años, y después de ese tiempo algún arqueólogo cavara en este lugar y
encontrara la computadora, ¿Usted cree que él podría “leer” esos poemas? Escribí que no, pues difícilmente yo podría leer los disquetes que
guardaba hace quince años. La respuesta de Américo Melchor llegó en la mañana
del otro día: Escriba en tablillas de greda. Ellas duran cinco mil años. ¿Usted ya
oyó hablar de la biblioteca de los Sumerios? En un primer momento no tomé muy en serio las palabras de Américo
Melchor. Pero por la noche busqué en la Internet. Encontré mucha información
y hasta fotos. Entonces quise tratar. Fui hasta la pieza donde tenía mi
taller de escultura e hice un pequeño molde de madera, cogí algo de greda y
construí una tablilla donde escribí un poema de los que había escrito para
Giovanna y lo llevé al horno. Mi experiencia de escultor de cerámica me ayudó mucho. Luego se lo mostré, por la
webcam, a Américo. El dijo entonces que no había garantía de que nuestros
alfabetos pudiesen ser leídos en el futuro, por ejemplo, en cinco mil años.
Pero la escritura cuneiforme sí. Pues esa escritura fue descifrada y leída en
los tiempos modernos, cinco mil años después. Añadió que no servía de nada
escribir en tablillas de greda, tenía que ser también con caracteres
cuneiformes. Yo le dije que no sabía lo que era la escritura cuneiforme. El
contestó: Mi estimadísimo Diego, cuneiforme viene de la palabra latina cuneum,
que significa cuña. Los textos cuneiformes eran principalmente impresos en
pequeñas tablillas de greda con un punzón. Este tipo de escritura tiene cinco
mil años y fue inventado por los sumerios. ¡Cinco mil años, mi estimado
Diego! Si usted quiere que sus poemas duren cinco mil años, escríbalos en
cuneiforme. La inmortalidad no está garantizada, pero por lo menos cinco mil
años sí. Hoy es posible leer los textos cuneiformes. Lo que salvó esos textos
fue que los Sumerios no tenían computadoras, ni papel. Ellos escribían en
greda. Haga eso Diego, escriba en greda, y cuando todos estos libros que
conocemos hoy sean polvo, los poemas para Giovanna estarán aún en buenas
condiciones. Y podrán ser leídos. No sabemos si otras escrituras pueden ser
leídas después de cinco mil años. Pero los textos cuneiformes sí. Esto ya fue
hecho. No es especulación, hoy podemos leer los libros de las bibliotecas de
Sumer, que estuvieron siglos sepultados en las arenas de los desiertos de
Mesopotamia. Demoré algunos meses de estudio y práctica hasta poder escribir en cuneiforme.
Y un día escribí mi primer poema con un punzón, en una tablillas de greda. Y
nuevamente se lo mostré a Américo Melchor, vía webcam. El me dijo que no
servía escribir en cuneiforme, tenía que ser también en lengua sumeria. En
tablillas de greda, en cuneiforme y en sumerio: esa fue la trilogía que
preservó los textos de Sumer por cinco mil años. Por los prójimos dos años estudié sumerio y le enseñé sumerio a
Giovanna. Hasta que una mañana escribí mi primer poema en esa lengua, en una
tableta de greda y en caracteres cuneiformes. Giovanna lo leyó, su rostro
resplandeció de alegría y sus ojos brillaron de emoción. Lo colgó en la
muralla de la sala y cada vez que lo miraba, decía que me amaba. Le mostré la
tablilla a Américo. Esta vez él vino a mi casa. Llegó con una botella de
vino. Y cuando vio mi trabajo me dijo que estaba muy impresionado y que yo ya
no necesitaba de más consejos. Ahora yo era “como los antiguos poetas de
Sumer”. Giovanna le dió una edición del mito de Enuma-Elish con una dedicatoria
en sumerio. Yo le di dos tablillas, en una estaba escrito el mismo texto que
él tenía en su página web, transliterado en caracteres cuneiformes, cambiando
algunas palabras: Tablilla de greda, de Américo Melchor, especialista en greda, asesor
sobre mundos de punzón y espacios de barro, consejeros para escrituras de
todos los tiempos y de todas las geografías. El lo encontró gracioso y se rió de la broma. En la otra había un
párrafo del texto sumerio de la Epopeya de Gilgamesh, el primer libro del
cuál se tiene registro y hoy considerado el más antiguo de la historia de la
humanidad: Gilgamesh, ¿A
dónde vagas tú? La vida que persigues no
hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad
dejaron, reteniendo la vida en las propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu
vientre, goza de día y de noche. En cada día celebra una fiesta alegre, día y
noche danza y sé feliz! Que tus vestidos sean relucientes, lava tu cabeza,
báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano. ¡Que tu mujer se deleite
en tu brazo! ¡Pues esa es la tarea del hombre! Américo también había traído algunos regalos, a mi me dio un punzón
nuevo y a Giovanna un póster muy bien humorado en el cuál había una tablillas
de greda con la frase de Bécquer “Poesía... eres tú”, imitando letras
cuneiformes. Conversamos mucho y cenamos, Giovanna había cocinado. Luego se
despidió y volvió para su casa. Nos quedamos solos. Comencé la mayor obra de
mi vida: los poemas sumerios. Giovanna siempre estaba cerca mío. Ella leía
sumerio perfectamente y yo me perfeccionaba cada día más en ese idioma. Un día pensé en modernizar las técnicas de escritura. Me acordé que
cuando niño la profesora nos llevó para visitar el diario de la ciudad. Las
matrices para la impresión eran preparadas en plomo. Había una máquina que
tenía un teclado y del otro lado un estanque caliente, donde eran
introducidas barras de plomo que iban derritiéndose poco a poco. El plomo iba
entrando en los moldes y las planchetas estaban listas para iniciar el
proceso de impresión. Pensé que si yo encontrara una de esas máquinas podría
adaptarla para la escritura cuneiforme en greda. Habría que adecuar el tanque
de plomo para recibir la greda y cambiar las letras por cuneiformes. Pensé
inclusive que podría ser acoplado una computadora para facilitar el proceso
de digitalización. Busqué una de esas máquinas por varias semanas. Escudriñé
Internet. Pero no encontré ninguna que pudiera ser comprada, algunas estaban
muy viejas e inutilizadas, otras en museos, o las que funcionaban eran muy
caras. Así que poco a poco fui renunciando a esa idea y volví a preparar las
tablillas con moldes de madera. También hice cuñas iguales a las que usaban
los sumerios. Y empecé a usar las mismas técnicas. Todo esto después de mucha
investigación. Escribía como se hacía hace cinco mil años. Arreglé un armario para ir depositando las tablillas. Giovanna me
ayudaba en eso. Luego que las leía las clasificaba y las ordenaba en las
estanterías. El amor entre nosotros aumentaba cada día y la poesía sumeria
nos unió profundamente. Así se pasaron siete años. Una tarde Giovanna ya no estaba más a mi lado y me quedé solo con la
angustia de no tener ninguna información suya. Y de eso ya hace seis meses.
No escribí nada más. Sólo sabía escribir poemas de amor con ella presente:
comiendo, durmiendo a mi lado, riendo, hablando, andando por la casa. En la
última tablilla escribí: “El tiempo pasa y nada dura para siempre”,
finalizando con la frase de Aurelio Agustín “Sólo seremos felices si existe
la eternidad”. Y yo, Diego de Petra, que un día fui escultor y poeta post-moderno de
la era de la informática, termino aquí mi historia fragmentada y discontinua.
Con el alma silenciosa, abatida, con un armario lleno de tablillas, escritas
de la misma manera que lo fue el primer libro hace cinco mil años. Sin saber
donde está Giovanna, o si algún día volveré a verla. Termino con un sentimiento absurdo,
sin poder entender el porqué de mi aflicción y ni siquiera saber si hay un
porqué. Le mando un beso a Giovanna. Y quiero que sepa que mi amor por ella
durará como la greda de las tablillas sumerias. Tres días después de haber escrito la última línea del cuento anterior
recibí un e-mail firmado por Diego y Giovanna. En él me avisaban que al
próximo día vendrían a mi departamento. Les contesté inmediatamente que esto
no era posible, porque mi cuento parecería un cuento de Miguel de Unamuno si
yo dejara que mis personajes me visiten a fin del relato. Les añadí que Unamuno había hecho esto en el capítulo XXXI de Niebla y
que si yo finalizaba hablando con mis personajes podría ser acusado de falta
de originalidad y hasta de plagio. Entonces, para que mi cuento no pareciera
una historia unamoniana, les pedí que no vinieran a hablar conmigo. La respuesta fue inmediata:
Les
contesté que no podían visitarme, pero que podíamos hablar por e-mail. Ya que
en la época de Unamuno no había Internet, nadie podría acusarme de copiar el
final de Niebla. Pero no sirvió de nada: al otro día por la mañana
aparecieron a mi puerta Giovanna y Diego. Ella entró primero, era mucho más
bonita que en el cuento, yo no podía parar de mirarla. Diego parecía
demasiado triste. Estaba vistiendo ropas diferentes. El habló primero:
Giovanna: Usted me separó de Diego en el primer párrafo, en la décima línea. Y
ni siquiera permitió que me despidiera. Me hizo desaparecer y lo dejó sin
saber nada. ¿Sabe lo que es eso? Diego:
Yo reiteré que no podían estar en mi sala, que tenían que irse lo
antes posible, porque yo no podía terminar mi cuento como terminaba Niebla.
Usted parece estar sólo preocupado en no ser igual a Unamuno en su
final, pero ¿por qué no escucha con más atención a Unamuno? “No basta sólo
pensar, es necesario sentir nuestro destino” ¿Por qué no siente nuestro
destino? El suyo y el nuestro ¿O es que no ve que nuestros destinos están
unidos? Que estaremos para siempre juntos usted y yo. Que su nombre estará
siempre después del título y cuando lean nuestra historia será usted que
estará siendo leído. Y no es sólo el “destino” del cuento que importa, sino
también nuestro destino, individual e intransferible. Único y sin repetición.
Giovanna:
Por eso escriba otro párrafo y haga con que Diego y yo permanezcamos
juntos. No soporto estar lejos de su vida, quiero que me reencuentre. Una lágrima cayó de los ojos de Giovanna. Por esos días yo había leído
las Meditaciones del Quijote que el filósofo español José Ortega y Gasset
escribió en el Monasterio del Escorial, “una fugaz tarde de primavera”. Me
pareció adecuado recitar para Giovanna un tramo, en el cuál Ortega habla del
realismo poético: Así como las siluetas de las rocas y de las nubes encierran alusiones
a ciertas formas animales, todas las cosas, en su inerte materialidad, emiten
señales que nosotros interpretamos y estas interpretaciones se condensan
hasta una objetividad que viene a ser una duplicación de la primera, llamada
real. Giovanna: Sin embargo, nada impide que altere nuestro destino. Escribiendo otro
párrafo, puede cambiar ese estado en el cuál nos dejó. Su palabra puede crear
un nuevo mundo para nosotros. Una nueva orden. ¿O no siente en este instante,
que yo soy tan real como sus nubes? Parece que usted no entendió el capítulo
XXXI de Niebla. Recuerda que Augusto pregunta para Unamuno: “Vamos a ver, no
fue usted mismo quien varias veces dijo que Don Quijote y Sancho ya no son
tan reales, pero hasta más reales que Cervantes?”. Yo: Yo nunca podría olvidar a Vicente Huidobro. Giovanna: Entonces, haga que su palabra engendre un nuevo mundo, un nuevo
espacio. Un nuevo cosmos. Vuélvanos a crear en su imaginación, imagínenos
felices y seremos felices. El escritor no necesita permanecer preso a lo
real, puede imaginar universos, crear paraísos y puede parar de narrar sólo
en el momento en que sus personajes son felices. No hay finales, sólo hay el
momento en que el autor para de narrar. Sea un buen escritor e imagine lo
real, pues lo que imaginamos también puede formar parte de la realidad. Y sea
generoso e imagine un reencuentro entre Diego y yo. Usted no es un
historiador, no necesita escribir sobre lo que de hecho pasó. Usted puede
escribir sobre lo que podría haber pasado o sobre lo que imagina que pasó o
pasará. Usted puede imaginar lo que nunca existió, lo que nunca aconteció ni
acontecerá. Usted no necesita estar amarrado a los hechos, ni a la materialidad
de lo real, usted es un creador, un escritor de cuentos. Yo: Con todo, aunque el escritor cree mundos, esos siguen siendo mundos
imaginarios. Y un cuento es sólo un cuento, no cambia nada de la materialidad
del mundo. Y aunque escribiera un otro final, sería “otro final” pues el
primero seguiría siendo “el primer final”. Ese final es inextinguible y en
ese final ustedes ya están separados. Nadie puede cambiar eso. Nadie puede
cambiar lo pasado. Nadie puede cambiar lo que ya sucedió. Aquel final ya fue.
Ahora está fuera del tiempo. No es posible cambiarle nada. Porque no podemos
retroceder. En ese sentido es eterno. Otro final siempre será “otro final” y
el “primero” estará siempre allí, recordándonos a cada momento que el tiempo
transcurre y que es irreversible. Nadie puede cambiar lo que ya pasó. Giovanna: Pero la vida de sus personajes también es eterna, porque nadie puede
cambiar lo que usted creó. Lo imaginario no esta sujeto a la corrupción de la
materia. Beatriz de la Comedia de Dante será siempre joven y Laura del
Cancionero de Petrarca nunca envejecerá.
Lo que creamos con la imaginación forma parte de la cultura y los
seres literarios pueden ser tan reales como los seres materiales. ¿Cuál es la
Beatriz real? ¿La de la Vita Nuova?
¿La de la Divina Comedia? ¿O Beatriz Portinari, que se casó con el banquero
Simone de Bardi y murió antes de cumplir 25 años? ¿Cuál es la Laura real de
Francesco Petrarca? ¿La del Canzoniere
y del Trionfi? ¿O la Laura que
estaba muerta pudriéndose en la tumba? Lo que imaginamos puede ser
indiferente para lo Real, pero no para cultura. Esas palabras de Diego me permitieron salir de la problemática del
tiempo e ir a cultura. Y proseguí recitando otro texto de Ortega: Envolviendo la cultura —como mesón al albergue de la fantasía, — yace
la bárbara, muda, brutal e insignificante realidad de las cosas. Es muy
triste mostrar esto, ¿pero que se le va a hacer? Es real, está ahí,
bastándose terriblemente a sí mismo. Su fuerza y significado único radican en
su presencia. Recuerdo y promesa es la cultura, pasado irreversible, futuro
soñado. Pero la realidad es un simple y pavoroso estar ahí. Presencia,
yacencia, inercia. Materialidad... Entonces Giovanna mirando para mí con unos ojos intensamente triste
murmuró: No sería otro final, sería sólo la continuación de lo narrado. Es tan sólo
escribir más un poco. No hay finales, sólo hay el momento en que el autor
para de narrar. De alguna manera usted finaliza el cuento cada vez que hace
una pausa. Y esto sucedió muchas veces mientras pasaban los días en que usted
escribía el cuento. Cada vez que usted desconectaba la computadora. ¿Usted
cree que mis lágrimas no son reales? ¿Piensa que mi dolor no es real? ¿O ni
siquiera eso concederá a sus personajes? Usted no puede decir que la angustia
de perder a Diego no es verdadera. No puede negar la realidad de mis
lágrimas. Ni decir que mi dolor es ficción, que mi amor es ficción, que yo
soy ficción. Yo:
Aún cambiando un texto el texto cambiado siempre será el texto que fue
cambiado y siempre estará en el pasado. Todo texto que leemos siempre es
texto presente y sólo tiene existencia material en el presente, de allí que
lo pasado es irreversible. De hecho, tú no eres real, eres un ente
metafísico. Tú naciste en mi fantasía. Giovanna, tú no tienes materialidad,
ni extensión, ni categorías, ni... Un silencio abismal tomó cuenta de mí y sentí que mi corazón se estaba
congelando. Ahora las lágrimas de Giovanna eran muchas y rodaban suavemente
por su rostro. Mirándome dijo: Sin embargo, usted está hablando conmigo, mi dulce Jorge, me está
mirando, está frente a mi. Y llevando su mano a los ojos, con el dedo cogió una lágrima y me la
mostró diciendo:
Sí, en ese momento Giovanna y su lágrima eran tan reales como la luz
que entraba por la ventana. No tenía sentido seguir argumentando. No era más
asunto de lógica y de razón, sino de la vida y del corazón. Giovanna había
tocado mi alma. Me llamó mi dulce Jorge, palabras que en el cuento sólo usaba
para Diego de Petra. Su mano extendida mostrándome su lágrima me conmovió
profundamente. Giovanna se quedó en silencio secando sus ojos. Entonces Diego tomó la
palabra: Usted me hizo amar a Giovanna, por todas las páginas de su cuento,
entonces prosiga la narración por un párrafo más. Sólo algunas líneas más... escriba que yo la
reencuentro. Mientras escuchaba atentamente las palabras de Diego el silencio en
las profundidades de mi ser era cada vez mayor. El continuó: Usted no sabe la intensidad de este dolor, no lo sabe... Su
imaginación fue pequeña. Toda su fantasía no pudo pensar una vida feliz para
nosotros. Se rindió a la tristeza del mundo. Usted no ve que la felicidad es
un invento humano. Algo que se construye con el pensamiento. Que no hay
felicidad en la naturaleza, ni en la materialidad. Que no hay piedras
felices. Usted no entiende que la felicidad es algo de la literatura, del
pensamiento, de la filosofía. Si es para quedarnos en la gélida realidad de
la naturaleza, entonces mátenos de una vez, transfórmenos en polvo. ¿O usted
no entiende que la única manera de que no estuviésemos hoy delante suyo,
sería que nunca nos hubiera creado, que no fuésemos sus personajes? O
simplemente que usted nunca hubiera nacido: que no hubiera autor de este
cuento... Yo: Por eso ustedes son llamados personajes y yo autor. Y sólo me interesa
una visión lúcida del mundo, de la vida humana y del amor. Quiero ser lúcido
en lo que concierne a la realidad. Sólo la lucidez es capaz de redimirnos... Giovanna: Pero no hay amores lúcidos. El amor es ilusión. Ilusión sobre la vida,
sobre la realidad, sobre otra persona, sobre uno mismo. Yo: Pero es la lucidez que nos permite ser libres. Sin utopías, ni
esperanzas, ni ilusiones... Un cuento es ficción. Giovanna: Usted no ve que en la literatura es la ilusión la que da vida y que la
lucidez mata. El Quijote muere cuando recobra la lucidez. Era su locura lo
que lo hacía vivir. Tener ilusiones y estar enamorado es lo mismo. La lucidez
es triste, porque la realidad es triste. Algunos llaman al Quijote “el
caballero de la triste figura”. Yo:
Giovanna: Pero él murió para vivir. Fue muriendo que él encontró la vida.
Haciendo su personaje mortal, Cervantes lo hizo perenne... Yo:
Giovanna:
Yo:
Giovanna:
Diego: Son sólo algunos hombres que pueden ser felices en la lucidez, la
mayoría necesita de ilusión para poder vivir. No son todos los que pueden
mirar frente a frente la cruda y fría realidad y la fraternal indiferencia de
la naturaleza. No todos pueden mirar de frente los abismos...
Yo:
Giovanna:
Giovanna: Acuérdese de como era bueno dormir después que su madre pronunciaba
esas palabras “y fueron felices para siempre”. Sin ellas habría sido
imposible cerrar los ojos. Los niños son felices porque sus cuentos tienen
finales felices. Piense un poco como sería terrible la noche de un niño si la
Caperucita Roja estuviera para siempre en las manos del lobo, o la Bella
Durmiente siempre durmiendo, o la Cenicienta siempre en la casa de la cruel
madrastra. La ilusión de un final feliz ayuda a dormir... nos trae un sueño
dulce. Ese “fueron felices para siempre” no cambia lo real, pero nos deja
cerrar los ojos con placidez, nos ayuda a pasar la noche, hace que olvidemos
la oscuridad... Giovanna, poniendo cara como si tuviera miedo, añadió: La lucidez me produce insomnio Yo:
(Silencio) Giovanna
sonriendo:
Giovanna y
Diego intercambiaron sonrisas. Giovanna hizo una mímica como si fuera una
niñita. Luego, mirándome, se puso a hacer pucheros. Yo sonreí. Diego: Escriba
otro párrafo y venza la fatalidad de los finales tristes y la cruda realidad
de la naturaleza. Piense en un final feliz, en un reencuentro. Usted vio como
es fácil sonreír. Piense en usted y en sus lectores, sumérjase en la
inagotable creatividad de la literatura y en su infinita capacidad de urdir
relaciones felices. No importa si en el día a día del mundo las personas
pelean, las relaciones terminan y el amor muere. Los escritores pueden
imaginar los amores inmortales y los finales felices. La literatura puede
crear espejismos sobre las parejas y sobre el amor. Puede situarse fuera de
la fría realidad de las cosas, del mundo, de los hechos. Imaginar la vida y
la felicidad. Su poder de crear ilusión es infinito y su capacidad de pensar
y alternativas para el sufrimiento es ilimitada. Acuérdese que Dante, en su
Comedia, reencontró a Beatriz en el purgatorio, para inmediatamente entrar
con ella en el propio Paraíso. Y Boécio, mientras esperaba la ejecución de su
sentencia de muerte, imaginó que en su celda aparecía la Filosofía, en la
forma de una mujer, para consolarlo. Esto le permitió morir en paz. Giovanna
abrazó Diego y los dos se quedaron mirándome en silencio. Yo miraba la luz
que iluminaba las cosas y el pedazo de cielo azul que podía ver por la
ventana. No sé cuanto tiempo estuve así, hasta que finalmente dije: Voy a
escribir otro párrafo, van a quedarse juntos... Eternamente uno al lado del
otro. Y nunca nadie podrá cambiar este nuevo final de mi cuento. Ustedes seguirán enamorados. Mañana serán
nuevamente felices.
Imprimí el
texto y se lo entregué la Giovanna. Me sentía un poco molesto por haber
terminado mi cuento de una manera tan común y poco original. Pensé en quitar
la frase “Y fueron felices para siempre”, pero no lo hice porque en ese rato
era más importante la felicidad de Giovanna y Diego. No era hora de ponerme a
pensar en la crítica literaria. Giovanna
le leyó en voz alta a Diego lo que estaba escrito en la hoja y luego caminó
hacia mí, me abrazó y me dijo:
Giovanna y
Diego se fueron. Yo me quedé mirando el fragmento de mundo que se extendía
afuera de mi ventana. Me acordé que la palabra cosmos, en griego significa
“orden”. Y me quedé pensando como el trabajo del escritor, desde los orígenes
de la escritura, es simplemente crear nuevos cosmos, que prevalezcan sobre la
infelicidad del mundo y sobre el caos, sobre los abismos y la turbulencia,
sobre la oscuridad, sobre el azar y la incertidumbre. Recordé que para los
antiguos filósofos, en el principio sólo había lo ilimitado, lo infinito, las
tinieblas y el vacío oscuro y sin límites, y que fue el Logos que ordenó y
limitó el mundo. Pensé en San Juan que escribió en su Evangelio que el Logos
se hizo carne para redimirnos, para divinizarnos. Pensé en las palabras de Hesiodo: “Antes de
todo surgió el caos, después la Tierra de amplio seno, para siempre firme
cimiento de todas las cosas”. Pensé en el texto Sumerio de Gilgamesh y su
epopeya tratando de vencer la fragilidad de la existencia humana y su
búsqueda por la inmortalidad. Pensé en Petrarca alzándose triunfante sobre la
muerte e inmortalizando Laura sólo con una pluma. En Dante atravesando los
infiernos para reencontrar Beatriz. Pensé en el enamorado Augusto discutiendo
con Unamuno en Niebla, para intentar vivir y tener nuevamente a Eugenia.
Entonces resolví que Diego y Giovanna merecían aún otro párrafo de mi cuento
y volví a la computadora: Cinco mil
años después, un joven arqueólogo que hacia excavaciones encontró en medio de
las ruinas un armario con tablillas de greda escritas en lengua sumeria, en caracteres
cuneiformes. Las pudo leer de inmediato, pues había estudiado sumerio cuando
cursaba la carrera de arqueología. El título de la primera tablillas era:
“Poemas de Amor para Giovanna”. Fue un descubrimiento grandioso. Tres años
más tarde ese joven arqueólogo defendió su tesis de doctorado titulada: “Los
Poemas Sumerios de Diego de Petra para Giovanna Carol”, que luego se
transformó en un libro. Dos años más tarde era el editor de la primera
edición crítica y bilingüe de los Poemas de Diego de Petra, acompañada por
varios recursos de multimedia y una edición facsímil. Las
setecientas treinta y ocho tablillas encontradas en el sitio de las
excavaciones fueron colocadas, para exhibición, en el museo de la ciudad en
una sala especialmente construida para ese fin. El público hacía fila para
entrar. Fueron escritas varias tesis, disertaciones y monografías sobre el
porqué se escribía aún en idioma sumerio, en greda y en cuneiforme, en el
comienzo del siglo XXI. La revista de la Universidad hizo un número sólo con
ese tema. Y fueron organizados varios simposios y mesas redondas para
discutir las múltiples hipótesis que eran creadas. La propia Sociedad
Internacional de Arqueología, en asociación con La Facultad de Lenguas Clásicas
Orientales, organizó tres congresos para discutir ese asunto, sin embargo
todo permaneció sin respuesta, pues nadie pudo dar una explicación
razonablemente posible. Y aquí
termino mi relato. En el equinoccio de la primavera, en el último día del
Invierno y mis palabras finales son para Giovanna: Mi dulce
Giovanna, finalmente eres poesía y vives en los poemas de amor de Diego. Y en
esa poesía serás para siempre amada. Y ese amor enseñará a amar y fortalecerá
el amor de los que aman. Giovanna, tú llevaste mi relato cinco mil años atrás
hasta los Sumerios, y cinco mil años adelante, hasta un arqueólogo del
futuro. Son diez mil años de ti, Giovanna. Y sólo quiero darte un postrero
regalo, una imagen final, una última escena: “Vislumbro
una pareja de enamorados leyendo los poemas que Diego hizo para ti, sentados
delante del mar, en el atracadero de un puerto, una tarde de otoño, con una
leve brisa sobre el rostro, mientras la puesta de sol derrama sobre el
horizonte los suaves colores del ocaso y las hojas caen lejos en un parque
lejano”. Sao Paulo, septiembre de 2004 |
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