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GIOVANNA Y LOS POEMAS SUMERIOS

 

 

Jorge Luis Gutierrez

 

 

Yo, Diego de Petra, escultor, poeta post-moderno de la era de la informática y frecuentador de los espacios cibernéticos, narraré mi romance con Giovanna Carol, la mujer que más amé en la vida y la más bella que mis ojos ya vieron. Los hombres la amaban, sin embargo ella nunca había amado. Ella sólo amaría el hombre que la pudiera transformar en poesía. Sí, voy a contar su historia, aunque no sea el mejor momento, pues al rato de empezar a hablar la emoción llena mi pecho. Hace seis meses Giovanna se desvaneció de mi vida. Después de permanecer siete años a mi lado, desapareció. Y la tristeza fue tanta, que pensaba que nunca más acabaría. Ahora que las lágrimas se secaron, necesito escribir.

 

Ella quería ser transformada en poesía e intenté realizar ese antojo. Y hoy que no sé donde está, tengo un estante lleno de poemas escritos en  tablillas de greda, en letras cuneiformes e idioma Sumerio. Cuando las miro pienso en Giovanna y la imagino viviendo en ellas. Por ella estudié esa lengua por dos años y fui el primer hombre que escribió poesía en sumerio en los últimos cincuenta siglos.

Cuando conocí a Giovanna, era lúcido sobre la temporalidad de mis poemas y nunca vi otro destino para ellos a no ser vivir en su corazón femenino. Fue ella quien empezó a hablar que deseaba que fueran preservados para siempre. Y yo la amé y ella me hizo pensar en el tiempo, en el transcurrir del tiempo, en como todo pasa, en el devenir de los instantes, en la fugacidad de la vida, en el transcurso de las horas, de los días, de las semanas, de los años, de los siglos, en la propia eternidad. En lo que pasa, en lo que perdura y en lo que permanece por detrás de los cambios.

 

Todo comenzó con un e-mail que Giovanna me mandó una noche de martes, al principio del otoño:



Mi dulce Diego:
Estoy ansiosa por encontrarte. ¿Es eso posible?
Eres tan agradecido en tu poesía. Quiero que me enseñes, mi dulce Diego, a ser así, agradecida; agradecida por el amor, por la vida, por el cielo, por el sol, por la lluvia, por el placer. Así como soy grata por haberte conocido a través de tus poemas.
¿Puedo ir a encontrarte?
Besos
Giovanna

Contesté:

Querida Giovanna:
Estoy en medio de una tarde de sol, llena de placidez y luz. Estoy pensando mucho en tu e-mail.
Besos
Diego de Piedra.



Al otro día, temprano, llegó un nuevo e-mail, traía una foto de ella en adjunto:

 

Mi dulce Diego:
Me pongo a imaginar como debe ser tu vida, como fue tu niñez, tu madre, hermanos, como duermes, si tienes insomnio.
Me muero de ganas de verte. Mientras no llega la hora voy preparando mi corazón.
Mi dulce Diego, sólo tengo un único antojo, un único sueño: ser transformada en poesía. ¿Tú puedes hacer eso? ¿Puedes, mi amado poeta? ¿Puedes, mi hombre desconocido y no por eso menos tentador?


Besos,
Giovanna, tuya en cuerpo y alma.

Mi respuesta fue al atardecer. Llovía mucho:

Mi infinita Giovanna
Puedes venir cuando quieras, estoy esperándote.
Me encantaría que ya estuvieras a mi lado. En la fotografía que me enviaste estas tan bonita, tan llena de vida.
Giovanna, la tenue luz de la tarde se expande por los rincones del universo y una suave paz invade mi corazón cuando pienso que un día de estos te encontraré.


Diego de Piedra

 

Y ella vino y vivió conmigo. Y con eso abrí las puertas a la incertidumbre y a lo imprevisible. Y ahora mientras escribo, muchas cosas vienen al recuerdo, de la rutina, de lo cotidiano... de la vida con Giovanna. Me acuerdo, por ejemplo, que cuando andaba con ella, el mejor camino era aquel más largo, aquel que nunca terminaba. Era tan bueno estar con ella. La deseé y amé desde el primer instante que la vi en mi puerta, con su pelo suelto delante de la tarde que caía. Fui feliz y si mi destino fuera quedarme eternamente en ese momento yo sería ciertamente un hombre afortunado. No quise nada más. Sólo me quedé mirándola. Nada más. Parecía que había entre nosotros un lente fotográfico de efectos especiales. Era una imagen sublime y magistral. Momento único, completo, eterno, grandioso. Declaré ese momento imagen eterna.

 

Sus líneas eran perfectas. Un sentimiento de eternidad vino al rato: inmortalizar su cuerpo, esculpir su cuerpo en una piedra, así ella duraría milenios, como las antiguas diosas. Pero ella no quería ser inmortalizada en una escultura: lo que ella quería era ser transformada en poesía. Y ella me escogió para realizar su sueño. Sí, yo fui el electo.

Empecé a escribir algunos poemas que llamé “Cantares Infinitos para Giovanna”. Sin embargo estaba lejos de transformar a Giovanna en poesía y de encontrar una forma para que esos poemas perduraran. Ella decía que quería un poema inmortal y yo sabía que nada de aquello duraría. Que el papel era frágil y la memoria de la computadora también.

 

Hasta que un día navegando en la Internet encontré una web que me pareció curiosa. Era la página de un tal Américo Melchor. Su presentación me dejó intrigado:


Página Web de Américo Melchor, especialista en informática, asesor sobre mundos binarios y espacios cibernéticos, consejero para escrituras de todos los tiempos y de todas las geografías.


Le mandé un e-mail contándole de mi búsqueda por una forma de que los poemas de Giovanna perdurasen a través de los siglos, y de su antojo de ser transformada en poesía. El contestó casi de inmediato:


Escriba en tablillas de greda.


Contesté que no sabía lo que estaba diciendo. Y él escribió:

 

Quiero comenzar con una pregunta, mi estimado Diego de Petra. Si por algún motivo —como, por ejemplo, una tormenta de arena de esas que hay en el Sahara— la pieza donde usted tiene la computadora, con todos los poemas para Giovanna almacenados en la memoria, quedara sumergido en las arena por cinco mil años, y después de ese tiempo algún arqueólogo cavara en este lugar y encontrara la computadora, ¿Usted cree que él podría “leer” esos poemas?

Escribí que no, pues difícilmente yo podría leer los disquetes que guardaba hace quince años. La respuesta de Américo Melchor llegó en la mañana del otro día:

Escriba en tablillas de greda. Ellas duran cinco mil años. ¿Usted ya oyó hablar de la biblioteca de los Sumerios?

En un primer momento no tomé muy en serio las palabras de Américo Melchor. Pero por la noche busqué en la Internet. Encontré mucha información y hasta fotos. Entonces quise tratar. Fui hasta la pieza donde tenía mi taller de escultura e hice un pequeño molde de madera, cogí algo de greda y construí una tablilla donde escribí un poema de los que había escrito para Giovanna y lo llevé al horno. Mi experiencia de escultor de cerámica  me ayudó mucho. Luego se lo mostré, por la webcam, a Américo. El dijo entonces que no había garantía de que nuestros alfabetos pudiesen ser leídos en el futuro, por ejemplo, en cinco mil años. Pero la escritura cuneiforme sí. Pues esa escritura fue descifrada y leída en los tiempos modernos, cinco mil años después. Añadió que no servía de nada escribir en tablillas de greda, tenía que ser también con caracteres cuneiformes. Yo le dije que no sabía lo que era la escritura cuneiforme. El contestó:

 

Mi estimadísimo Diego, cuneiforme viene de la palabra latina cuneum, que significa cuña. Los textos cuneiformes eran principalmente impresos en pequeñas tablillas de greda con un punzón. Este tipo de escritura tiene cinco mil años y fue inventado por los sumerios. ¡Cinco mil años, mi estimado Diego! Si usted quiere que sus poemas duren cinco mil años, escríbalos en cuneiforme. La inmortalidad no está garantizada, pero por lo menos cinco mil años sí. Hoy es posible leer los textos cuneiformes. Lo que salvó esos textos fue que los Sumerios no tenían computadoras, ni papel. Ellos escribían en greda. Haga eso Diego, escriba en greda, y cuando todos estos libros que conocemos hoy sean polvo, los poemas para Giovanna estarán aún en buenas condiciones. Y podrán ser leídos. No sabemos si otras escrituras pueden ser leídas después de cinco mil años. Pero los textos cuneiformes sí. Esto ya fue hecho. No es especulación, hoy podemos leer los libros de las bibliotecas de Sumer, que estuvieron siglos sepultados en las arenas de los desiertos de Mesopotamia.

 

Demoré algunos meses de estudio y práctica hasta poder escribir en cuneiforme. Y un día escribí mi primer poema con un punzón, en una tablillas de greda. Y nuevamente se lo mostré a Américo Melchor, vía webcam. El me dijo que no servía escribir en cuneiforme, tenía que ser también en lengua sumeria. En tablillas de greda, en cuneiforme y en sumerio: esa fue la trilogía que preservó los textos de Sumer por cinco mil años.

 

Por los prójimos dos años estudié sumerio y le enseñé sumerio a Giovanna. Hasta que una mañana escribí mi primer poema en esa lengua, en una tableta de greda y en caracteres cuneiformes. Giovanna lo leyó, su rostro resplandeció de alegría y sus ojos brillaron de emoción. Lo colgó en la muralla de la sala y cada vez que lo miraba, decía que me amaba. Le mostré la tablilla a Américo. Esta vez él vino a mi casa. Llegó con una botella de vino. Y cuando vio mi trabajo me dijo que estaba muy impresionado y que yo ya no necesitaba de más consejos. Ahora yo era “como los antiguos poetas de Sumer”. Giovanna le dió una edición del mito de Enuma-Elish con una dedicatoria en sumerio. Yo le di dos tablillas, en una estaba escrito el mismo texto que él tenía en su página web, transliterado en caracteres cuneiformes, cambiando algunas palabras:

 

Tablilla de greda, de Américo Melchor, especialista en greda, asesor sobre mundos de punzón y espacios de barro, consejeros para escrituras de todos los tiempos y de todas las geografías.

 

El lo encontró gracioso y se rió de la broma. En la otra había un párrafo del texto sumerio de la Epopeya de Gilgamesh, el primer libro del cuál se tiene registro y hoy considerado el más antiguo de la historia de la humanidad:

Gilgamesh, ¿A dónde vagas tú? La vida que persigues no hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad dejaron, reteniendo la vida en las propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. En cada día celebra una fiesta alegre, día y noche danza y sé feliz! Que tus vestidos sean relucientes, lava tu cabeza, báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano. ¡Que tu mujer se deleite en tu brazo! ¡Pues esa es la tarea del hombre!

 

Américo también había traído algunos regalos, a mi me dio un punzón nuevo y a Giovanna un póster muy bien humorado en el cuál había una tablillas de greda con la frase de Bécquer “Poesía... eres tú”, imitando letras cuneiformes. Conversamos mucho y cenamos, Giovanna había cocinado. Luego se despidió y volvió para su casa. Nos quedamos solos. Comencé la mayor obra de mi vida: los poemas sumerios. Giovanna siempre estaba cerca mío. Ella leía sumerio perfectamente y yo me perfeccionaba cada día más en ese idioma.

Un día pensé en modernizar las técnicas de escritura. Me acordé que cuando niño la profesora nos llevó para visitar el diario de la ciudad. Las matrices para la impresión eran preparadas en plomo. Había una máquina que tenía un teclado y del otro lado un estanque caliente, donde eran introducidas barras de plomo que iban derritiéndose poco a poco. El plomo iba entrando en los moldes y las planchetas estaban listas para iniciar el proceso de impresión. Pensé que si yo encontrara una de esas máquinas podría adaptarla para la escritura cuneiforme en greda. Habría que adecuar el tanque de plomo para recibir la greda y cambiar las letras por cuneiformes. Pensé inclusive que podría ser acoplado una computadora para facilitar el proceso de digitalización. Busqué una de esas máquinas por varias semanas. Escudriñé Internet. Pero no encontré ninguna que pudiera ser comprada, algunas estaban muy viejas e inutilizadas, otras en museos, o las que funcionaban eran muy caras. Así que poco a poco fui renunciando a esa idea y volví a preparar las tablillas con moldes de madera. También hice cuñas iguales a las que usaban los sumerios. Y empecé a usar las mismas técnicas. Todo esto después de mucha investigación. Escribía como se hacía hace cinco mil años.

 

Arreglé un armario para ir depositando las tablillas. Giovanna me ayudaba en eso. Luego que las leía las clasificaba y las ordenaba en las estanterías. El amor entre nosotros aumentaba cada día y la poesía sumeria nos unió profundamente. Así se pasaron siete años.

Una tarde Giovanna ya no estaba más a mi lado y me quedé solo con la angustia de no tener ninguna información suya. Y de eso ya hace seis meses. No escribí nada más. Sólo sabía escribir poemas de amor con ella presente: comiendo, durmiendo a mi lado, riendo, hablando, andando por la casa. En la última tablilla escribí: “El tiempo pasa y nada dura para siempre”, finalizando con la frase de Aurelio Agustín “Sólo seremos felices si existe la eternidad”.

Y yo, Diego de Petra, que un día fui escultor y poeta post-moderno de la era de la informática, termino aquí mi historia fragmentada y discontinua. Con el alma silenciosa, abatida, con un armario lleno de tablillas, escritas de la misma manera que lo fue el primer libro hace cinco mil años. Sin saber donde está Giovanna,

o si algún día volveré a verla. Termino con un sentimiento absurdo, sin poder entender el porqué de mi aflicción y ni siquiera saber si hay un porqué. Le mando un beso a Giovanna. Y quiero que sepa que mi amor por ella durará como la greda de las tablillas sumerias.


Epílogo, donde deja de hablar Diego de Petra y habla el autor del cuento, yo.

 

Tres días después de haber escrito la última línea del cuento anterior recibí un e-mail firmado por Diego y Giovanna. En él me avisaban que al próximo día vendrían a mi departamento. Les contesté inmediatamente que esto no era posible, porque mi cuento parecería un cuento de Miguel de Unamuno si yo dejara que mis personajes me visiten a fin del relato.

Les añadí que Unamuno había hecho esto en el capítulo XXXI de Niebla y que si yo finalizaba hablando con mis personajes podría ser acusado de falta de originalidad y hasta de plagio. Entonces, para que mi cuento no pareciera una historia unamoniana, les pedí que no vinieran a hablar conmigo.

 

La respuesta fue inmediata:


Nosotros queremos hablar sobre nuestro destino, sobre el futuro trágico que imaginó para nosotros. ¿Por qué nos imaginó enamorados si nos separaría en el final?

Les contesté que no podían visitarme, pero que podíamos hablar por e-mail. Ya que en la época de Unamuno no había Internet, nadie podría acusarme de copiar el final de Niebla. Pero no sirvió de nada: al otro día por la mañana aparecieron a mi puerta Giovanna y Diego. Ella entró primero, era mucho más bonita que en el cuento, yo no podía parar de mirarla. Diego parecía demasiado triste. Estaba vistiendo ropas diferentes. El habló primero:


Por favor, déjeme con Giovanna. Escriba otro párrafo. Haga que nos quedemos juntos. No quiero vivir eternamente en ese final en el cuál estamos separados.

 

Giovanna:

 

Usted me separó de Diego en el primer párrafo, en la décima línea. Y ni siquiera permitió que me despidiera. Me hizo desaparecer y lo dejó sin saber nada. ¿Sabe lo que es eso?

Diego:


¿Usted sabe lo que es amar una desaparecida? ¿Tiene alguna idea de como fue mi noche después de la conclusión del cuento?

 

Yo reiteré que no podían estar en mi sala, que tenían que irse lo antes posible, porque yo no podía terminar mi cuento como terminaba Niebla.


Diego:

 

Usted parece estar sólo preocupado en no ser igual a Unamuno en su final, pero ¿por qué no escucha con más atención a Unamuno? “No basta sólo pensar, es necesario sentir nuestro destino” ¿Por qué no siente nuestro destino? El suyo y el nuestro ¿O es que no ve que nuestros destinos están unidos? Que estaremos para siempre juntos usted y yo. Que su nombre estará siempre después del título y cuando lean nuestra historia será usted que estará siendo leído. Y no es sólo el “destino” del cuento que importa, sino también nuestro destino, individual e intransferible. Único y sin repetición.

Giovanna:


De algún modo somos parte suya. De su alma, de la mejor parte. Por eso escribir nuestra historia fue mucho más que un simple acto de escribir. No fue sólo entretenimiento, estaba comprometido todo su ser. Su propia existencia. Algo vital.

Por eso escriba otro párrafo y haga con que Diego y yo permanezcamos juntos. No soporto estar lejos de su vida, quiero que me reencuentre.

Una lágrima cayó de los ojos de Giovanna. Por esos días yo había leído las Meditaciones del Quijote que el filósofo español José Ortega y Gasset escribió en el Monasterio del Escorial, “una fugaz tarde de primavera”. Me pareció adecuado recitar para Giovanna un tramo, en el cuál Ortega habla del realismo poético:

 

Así como las siluetas de las rocas y de las nubes encierran alusiones a ciertas formas animales, todas las cosas, en su inerte materialidad, emiten señales que nosotros interpretamos y estas interpretaciones se condensan hasta una objetividad que viene a ser una duplicación de la primera, llamada real.

 

Giovanna:

 

Sin embargo, nada impide que altere nuestro destino. Escribiendo otro párrafo, puede cambiar ese estado en el cuál nos dejó. Su palabra puede crear un nuevo mundo para nosotros. Una nueva orden. ¿O no siente en este instante, que yo soy tan real como sus nubes? Parece que usted no entendió el capítulo XXXI de Niebla. Recuerda que Augusto pregunta para Unamuno: “Vamos a ver, no fue usted mismo quien varias veces dijo que Don Quijote y Sancho ya no son tan reales, pero hasta más reales que Cervantes?”.
Su palabra puede nos crear un paraíso. Como en el Génesis, cuando la Palabra ordenó el caos, llenó el vacío, vació las tinieblas y suavizó los abismos. Y Dios creó un jardín para sus personajes, un Edén. El escritor es como un pequeño Dios. ¿O es que usted también se olvidó de los poemas de Huidobro?

 

Yo:

Yo nunca podría olvidar a Vicente Huidobro.

Giovanna:

Entonces, haga que su palabra engendre un nuevo mundo, un nuevo espacio. Un nuevo cosmos. Vuélvanos a crear en su imaginación, imagínenos felices y seremos felices. El escritor no necesita permanecer preso a lo real, puede imaginar universos, crear paraísos y puede parar de narrar sólo en el momento en que sus personajes son felices. No hay finales, sólo hay el momento en que el autor para de narrar. Sea un buen escritor e imagine lo real, pues lo que imaginamos también puede formar parte de la realidad. Y sea generoso e imagine un reencuentro entre Diego y yo. Usted no es un historiador, no necesita escribir sobre lo que de hecho pasó. Usted puede escribir sobre lo que podría haber pasado o sobre lo que imagina que pasó o pasará. Usted puede imaginar lo que nunca existió, lo que nunca aconteció ni acontecerá. Usted no necesita estar amarrado a los hechos, ni a la materialidad de lo real, usted es un creador, un escritor de cuentos.

 

Yo:

Con todo, aunque el escritor cree mundos, esos siguen siendo mundos imaginarios. Y un cuento es sólo un cuento, no cambia nada de la materialidad del mundo. Y aunque escribiera un otro final, sería “otro final” pues el primero seguiría siendo “el primer final”. Ese final es inextinguible y en ese final ustedes ya están separados. Nadie puede cambiar eso. Nadie puede cambiar lo pasado. Nadie puede cambiar lo que ya sucedió. Aquel final ya fue. Ahora está fuera del tiempo. No es posible cambiarle nada. Porque no podemos retroceder. En ese sentido es eterno. Otro final siempre será “otro final” y el “primero” estará siempre allí, recordándonos a cada momento que el tiempo transcurre y que es irreversible. Nadie puede cambiar lo que ya pasó.

Giovanna:

Pero la vida de sus personajes también es eterna, porque nadie puede cambiar lo que usted creó. Lo imaginario no esta sujeto a la corrupción de la materia. Beatriz de la Comedia de Dante será siempre joven y Laura del Cancionero de Petrarca nunca envejecerá.


Diego:

Lo que creamos con la imaginación forma parte de la cultura y los seres literarios pueden ser tan reales como los seres materiales. ¿Cuál es la Beatriz real? ¿La de la Vita Nuova? ¿La de la Divina Comedia? ¿O Beatriz Portinari, que se casó con el banquero Simone de Bardi y murió antes de cumplir 25 años? ¿Cuál es la Laura real de Francesco Petrarca? ¿La del Canzoniere y del Trionfi? ¿O la Laura que estaba muerta pudriéndose en la tumba? Lo que imaginamos puede ser indiferente para lo Real, pero no para cultura.

Esas palabras de Diego me permitieron salir de la problemática del tiempo e ir a cultura. Y proseguí recitando otro texto de Ortega:

 

Envolviendo la cultura —como mesón al albergue de la fantasía, — yace la bárbara, muda, brutal e insignificante realidad de las cosas. Es muy triste mostrar esto, ¿pero que se le va a hacer? Es real, está ahí, bastándose terriblemente a sí mismo. Su fuerza y significado único radican en su presencia. Recuerdo y promesa es la cultura, pasado irreversible, futuro soñado. Pero la realidad es un simple y pavoroso estar ahí. Presencia, yacencia, inercia. Materialidad...

 

Entonces Giovanna mirando para mí con unos ojos intensamente triste murmuró:

 

No sería otro final, sería sólo la continuación de lo narrado. Es tan sólo escribir más un poco. No hay finales, sólo hay el momento en que el autor para de narrar. De alguna manera usted finaliza el cuento cada vez que hace una pausa. Y esto sucedió muchas veces mientras pasaban los días en que usted escribía el cuento. Cada vez que usted desconectaba la computadora. ¿Usted cree que mis lágrimas no son reales? ¿Piensa que mi dolor no es real? ¿O ni siquiera eso concederá a sus personajes? Usted no puede decir que la angustia de perder a Diego no es verdadera. No puede negar la realidad de mis lágrimas. Ni decir que mi dolor es ficción, que mi amor es ficción, que yo soy ficción.

 

Yo:


Nadie puede cambiar el día de ayer. Aunque escribiera otro final, sería “otro final”. Giovanna, en mi cuento ustedes están para siempre separados, desde ayer, y ni yo puedo cambiar eso. Nadie puede cambiar lo que ya fue escrito. Un “nuevo texto” será siempre “un nuevo texto” que por su parte también nunca podrá cambiar.

Aún cambiando un texto el texto cambiado siempre será el texto que fue cambiado y siempre estará en el pasado. Todo texto que leemos siempre es texto presente y sólo tiene existencia material en el presente, de allí que lo pasado es irreversible. De hecho, tú no eres real, eres un ente metafísico. Tú naciste en mi fantasía. Giovanna, tú no tienes materialidad, ni extensión, ni categorías, ni...

 

Un silencio abismal tomó cuenta de mí y sentí que mi corazón se estaba congelando. Ahora las lágrimas de Giovanna eran muchas y rodaban suavemente por su rostro. Mirándome dijo:

 

Sin embargo, usted está hablando conmigo, mi dulce Jorge, me está mirando, está frente a mi.

 

Y llevando su mano a los ojos, con el dedo cogió una lágrima y me la mostró diciendo:


Vea si esta lágrima no es real, sienta la humedad, toque en su materialidad.

 

Sí, en ese momento Giovanna y su lágrima eran tan reales como la luz que entraba por la ventana. No tenía sentido seguir argumentando. No era más asunto de lógica y de razón, sino de la vida y del corazón. Giovanna había tocado mi alma. Me llamó mi dulce Jorge, palabras que en el cuento sólo usaba para Diego de Petra. Su mano extendida mostrándome su lágrima me conmovió profundamente.

Giovanna se quedó en silencio secando sus ojos. Entonces Diego tomó la palabra:

 

Usted me hizo amar a Giovanna, por todas las páginas de su cuento, entonces prosiga la narración por un párrafo más. Sólo  algunas líneas más... escriba que yo la reencuentro.
¿Si usted quería quedarse en lo real y en la materialidad, por qué nos creó? ¿Por qué su palabra hizo eco en el vacío? ¿Por qué usted no respetó el silencio y la fría materialidad de la naturaleza? ¡Porque usted es un escritor! Fue usted quien nos dió vida. Fueron sus dedos en el teclado de la computadora, fue su fantasía. Ahora Giovanna es una quimera. Y yo en un final congelado, amando siempre una desaparecida.  ¡Usted no sabe lo que es eso, no sabe! Por lo menos podría haberme permitido despedirme.

 

Mientras escuchaba atentamente las palabras de Diego el silencio en las profundidades de mi ser era cada vez mayor. El continuó:

 

Usted no sabe la intensidad de este dolor, no lo sabe... Su imaginación fue pequeña. Toda su fantasía no pudo pensar una vida feliz para nosotros. Se rindió a la tristeza del mundo. Usted no ve que la felicidad es un invento humano. Algo que se construye con el pensamiento. Que no hay felicidad en la naturaleza, ni en la materialidad. Que no hay piedras felices. Usted no entiende que la felicidad es algo de la literatura, del pensamiento, de la filosofía. Si es para quedarnos en la gélida realidad de la naturaleza, entonces mátenos de una vez, transfórmenos en polvo. ¿O usted no entiende que la única manera de que no estuviésemos hoy delante suyo, sería que nunca nos hubiera creado, que no fuésemos sus personajes? O simplemente que usted nunca hubiera nacido: que no hubiera autor de este cuento...

 

Yo:

Por eso ustedes son llamados personajes y yo autor. Y sólo me interesa una visión lúcida del mundo, de la vida humana y del amor. Quiero ser lúcido en lo que concierne a la realidad. Sólo la lucidez es capaz de redimirnos...

 

Giovanna:

Pero no hay amores lúcidos. El amor es ilusión. Ilusión sobre la vida, sobre la realidad, sobre otra persona, sobre uno mismo.

Yo:

 

Pero es la lucidez que nos permite ser libres. Sin utopías, ni esperanzas, ni ilusiones... Un cuento es ficción.

Giovanna:

 

Usted no ve que en la literatura es la ilusión la que da vida y que la lucidez mata. El Quijote muere cuando recobra la lucidez. Era su locura lo que lo hacía vivir. Tener ilusiones y estar enamorado es lo mismo. La lucidez es triste, porque la realidad es triste. Algunos llaman al Quijote “el caballero de la triste figura”.

Yo:


La única felicidad que me interesa es la que viene de la lucidez, de la verdad, de lo real. No me interesan felicidades ilusorias. No me parece que la locura del Quijote fuera una locura feliz. El Quijote era triste porque su locura era lúcida y los pocos momentos de felicidad eran aquellos en que la realidad afloraba. No fue la lucidez que lo mató, fue la realidad, él no soportó la realidad... Cervantes no soportó la realidad, por eso mató al Quijote. Somos incapaces de pensar en un Quijote lúcido y feliz, porque Cervantes era incapaz de eso. Fue Cervantes quien mató al Quijote

 

Giovanna:

Pero él murió para vivir. Fue muriendo que él encontró la vida. Haciendo su personaje mortal, Cervantes lo hizo perenne...

Yo:


Sí, porque sólo se corrompe y muere lo que tiene materia, por eso lo que no existe es inmortal, como los seres literarios.

 

Giovanna:


Su lucidez hace de usted un hombre triste...

 

Yo:


Prefiero una tristeza real y verdadera a una felicidad ilusoria... la única felicidad auténtica es la que nace de la verdad.

 

Giovanna:


¿Pero no es posible una ilusión lúcida? ¿A usted no le gustan las paradojas? ¿Por qué no crea una ilusiolúcida, una lucidailusión, una lucilusión o una ilúcida?

 

Diego:

 

Son sólo algunos hombres que pueden ser felices en la lucidez, la mayoría necesita de ilusión para poder vivir. No son todos los que pueden mirar frente a frente la cruda y fría realidad y la fraternal indiferencia de la naturaleza. No todos pueden mirar de frente los abismos...


Giovanna:


El amor es ilusión, encanto, alegría. No hay amor sin ilusión, es ella que lo posibilita, pues es anticipación, expectativa, proyección. La propia idea de que existe un amor que sólo termina con la muerte es en la mayoría de los casos ilusoria, sin embargo nos permite vivir, es una ilusión cargada de vida... una ilusión bonita, que nos da fuerza y nos trae felicidad. La lucidez es enemiga del amor.

Yo:


La única verdad del amor es la verdad del deseo. Amamos lo que deseamos.

 

 

Giovanna:


Mas, lo que usted escribió fue un cuento, no un tratado sobre la lucidez humana. Un pequeño cuento. Me gustaría tanto que terminara nuestra historia como un cuento de niños. ¿Por qué no es generoso y nos da lo que nos hará felices? Olvide por un momento la lucidez y pronuncie las palabras mágicas: y fueron felices para siempre.


La voz de Giovanna se puso tierna y su mirada cariñosa.

Giovanna:

 

Acuérdese de como era bueno dormir después que su madre pronunciaba esas palabras “y fueron felices para siempre”. Sin ellas habría sido imposible cerrar los ojos. Los niños son felices porque sus cuentos tienen finales felices. Piense un poco como sería terrible la noche de un niño si la Caperucita Roja estuviera para siempre en las manos del lobo, o la Bella Durmiente siempre durmiendo, o la Cenicienta siempre en la casa de la cruel madrastra. La ilusión de un final feliz ayuda a dormir... nos trae un sueño dulce. Ese “fueron felices para siempre” no cambia lo real, pero nos deja cerrar los ojos con placidez, nos ayuda a pasar la noche, hace que olvidemos la oscuridad...

Giovanna, poniendo cara como si tuviera miedo, añadió:

La lucidez me produce insomnio

 

Yo: (Silencio)

Giovanna sonriendo:


¿Por qué no imagina una infancia para mí? ¿Usted pensó como yo era cuando niña? Quiero que escriba un cuento en el cual yo soy una linda y graciosa chiquilla. Quiero ser el personaje principal de un romántico y lindo cuento... con animales que hablan...


Diego sonrió y dijo:


Y yo seré el príncipe y quiero besar a la princesa.

Giovanna y Diego intercambiaron sonrisas. Giovanna hizo una mímica como si fuera una niñita. Luego, mirándome, se puso a hacer pucheros. Yo sonreí.

Diego:

 

Escriba otro párrafo y venza la fatalidad de los finales tristes y la cruda realidad de la naturaleza. Piense en un final feliz, en un reencuentro. Usted vio como es fácil sonreír. Piense en usted y en sus lectores, sumérjase en la inagotable creatividad de la literatura y en su infinita capacidad de urdir relaciones felices. No importa si en el día a día del mundo las personas pelean, las relaciones terminan y el amor muere. Los escritores pueden imaginar los amores inmortales y los finales felices. La literatura puede crear espejismos sobre las parejas y sobre el amor. Puede situarse fuera de la fría realidad de las cosas, del mundo, de los hechos. Imaginar la vida y la felicidad. Su poder de crear ilusión es infinito y su capacidad de pensar y alternativas para el sufrimiento es ilimitada. Acuérdese que Dante, en su Comedia, reencontró a Beatriz en el purgatorio, para inmediatamente entrar con ella en el propio Paraíso. Y Boécio, mientras esperaba la ejecución de su sentencia de muerte, imaginó que en su celda aparecía la Filosofía, en la forma de una mujer, para consolarlo. Esto le permitió morir en paz.

Giovanna abrazó Diego y los dos se quedaron mirándome en silencio. Yo miraba la luz que iluminaba las cosas y el pedazo de cielo azul que podía ver por la ventana. No sé cuanto tiempo estuve así, hasta que finalmente dije:

 

Voy a escribir otro párrafo, van a quedarse juntos... Eternamente uno al lado del otro. Y nunca nadie podrá cambiar este nuevo final de mi cuento. Ustedes  seguirán enamorados. Mañana serán nuevamente felices.


Y caminé hasta la computadora y escribí:


Al otro día, temprano, cuando el sol empezaba a aparecer, Diego despertó y sintió que golpeaban la puerta. Abrió y allí estaba Giovanna... a la luz de la mañana... con toda la belleza que un escritor puede imaginar. Con el pelo cayéndole sobre los hombros y una mirada infinitamente amorosa. No dijo nada, sólo abrazó a Diego y entraron a la casa. Y fueron felices para siempre.

 

Imprimí el texto y se lo entregué la Giovanna. Me sentía un poco molesto por haber terminado mi cuento de una manera tan común y poco original. Pensé en quitar la frase “Y fueron felices para siempre”, pero no lo hice porque en ese rato era más importante la felicidad de Giovanna y Diego. No era hora de ponerme a pensar en la crítica literaria.

 

Giovanna le leyó en voz alta a Diego lo que estaba escrito en la hoja y luego caminó hacia mí, me abrazó y me dijo:


- Gracias, Jorge.

 

Giovanna y Diego se fueron. Yo me quedé mirando el fragmento de mundo que se extendía afuera de mi ventana. Me acordé que la palabra cosmos, en griego significa “orden”. Y me quedé pensando como el trabajo del escritor, desde los orígenes de la escritura, es simplemente crear nuevos cosmos, que prevalezcan sobre la infelicidad del mundo y sobre el caos, sobre los abismos y la turbulencia, sobre la oscuridad, sobre el azar y la incertidumbre. Recordé que para los antiguos filósofos, en el principio sólo había lo ilimitado, lo infinito, las tinieblas y el vacío oscuro y sin límites, y que fue el Logos que ordenó y limitó el mundo. Pensé en San Juan que escribió en su Evangelio que el Logos se hizo carne para redimirnos, para divinizarnos.  Pensé en las palabras de Hesiodo: “Antes de todo surgió el caos, después la Tierra de amplio seno, para siempre firme cimiento de todas las cosas”. Pensé en el texto Sumerio de Gilgamesh y su epopeya tratando de vencer la fragilidad de la existencia humana y su búsqueda por la inmortalidad. Pensé en Petrarca alzándose triunfante sobre la muerte e inmortalizando Laura sólo con una pluma. En Dante atravesando los infiernos para reencontrar Beatriz. Pensé en el enamorado Augusto discutiendo con Unamuno en Niebla, para intentar vivir y tener nuevamente a Eugenia. Entonces resolví que Diego y Giovanna merecían aún otro párrafo de mi cuento y volví a la computadora:

Cinco mil años después, un joven arqueólogo que hacia excavaciones encontró en medio de las ruinas un armario con tablillas de greda escritas en lengua sumeria, en caracteres cuneiformes. Las pudo leer de inmediato, pues había estudiado sumerio cuando cursaba la carrera de arqueología. El título de la primera tablillas era: “Poemas de Amor para Giovanna”. Fue un descubrimiento grandioso.

Tres años más tarde ese joven arqueólogo defendió su tesis de doctorado titulada: “Los Poemas Sumerios de Diego de Petra para Giovanna Carol”, que luego se transformó en un libro. Dos años más tarde era el editor de la primera edición crítica y bilingüe de los Poemas de Diego de Petra, acompañada por varios recursos de multimedia y una edición facsímil.

Las setecientas treinta y ocho tablillas encontradas en el sitio de las excavaciones fueron colocadas, para exhibición, en el museo de la ciudad en una sala especialmente construida para ese fin. El público hacía fila para entrar. Fueron escritas varias tesis, disertaciones y monografías sobre el porqué se escribía aún en idioma sumerio, en greda y en cuneiforme, en el comienzo del siglo XXI. La revista de la Universidad hizo un número sólo con ese tema. Y fueron organizados varios simposios y mesas redondas para discutir las múltiples hipótesis que eran creadas. La propia Sociedad Internacional de Arqueología, en asociación con La Facultad de Lenguas Clásicas Orientales, organizó tres congresos para discutir ese asunto, sin embargo todo permaneció sin respuesta, pues nadie pudo dar una explicación razonablemente posible.
Con el pasar del tiempo fueron hechas muchas traducciones de la obra de Diego de Petra y publicadas en ediciones populares, así sus poemas se hicieron muy conocidos.

 

Y aquí termino mi relato. En el equinoccio de la primavera, en el último día del Invierno y mis palabras finales son para Giovanna:

Mi dulce Giovanna, finalmente eres poesía y vives en los poemas de amor de Diego. Y en esa poesía serás para siempre amada. Y ese amor enseñará a amar y fortalecerá el amor de los que aman. Giovanna, tú llevaste mi relato cinco mil años atrás hasta los Sumerios, y cinco mil años adelante, hasta un arqueólogo del futuro. Son diez mil años de ti, Giovanna. Y sólo quiero darte un postrero regalo, una imagen final, una última escena:

 

“Vislumbro una pareja de enamorados leyendo los poemas que Diego hizo para ti, sentados delante del mar, en el atracadero de un puerto, una tarde de otoño, con una leve brisa sobre el rostro, mientras la puesta de sol derrama sobre el horizonte los suaves colores del ocaso y las hojas caen lejos en un parque lejano”.

 

 

 

 

 

Sao Paulo, septiembre de 2004

 

 

Ver este conto em português: “GIOVANNA E OS POEMAS SUMERIOS”

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