GABRIELA MISTRAL

 

 

Ø       Vergüenza

Ø       Los Sonetos de la Muerte

Ø       Balada

Ø       Ausencia

Ø       Piececitos

Ø       Todas íbamos a ser reinas

 

 

 

Vergüenza
 
Si tu me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba que bajo al rocío
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas canas cuando baje al rió.

 

Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpe desnuda.

 

Ninguna piedra en el camino hallaste
mas desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

 

Yo callare para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolicion que hay en mi mano...

 

Es noche y baja a la hierba el roció;
mírame largo y habla con ternura,
que ya mañana al descender al río
la que besaste llevara hermosura!

 

No hay un rayo de sol que los alcance un día?
No hay agua que los lave de sus estigmas rojas?
Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu fino oído, apretados tus ojos?

 

Tal el hombre asegura por error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como vino, Señor,
mientras los otros sigan llamándote Justicia
no te llamare nunca otra cosas que Amor!

 

Yo se como el hombre fue siempre zarpa dura:
la catarata, vértigo: aspereza la sierra,
tu eres el vaso donde, se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!

 

 

 

Los Sonetos de la Muerte

 

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

 

Te acostaré en la tierra soleada con una

dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

 

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.


Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna

 bajará a disputarme tu puñado de huesos!

 

 

II

 

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir

arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...


Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.

Esperaré que me hayan cubierto totalmente...

¡y después hablaremos por una eternidad!


Sólo entonces sabrás el por qué no madura

para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

 

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y,
roto el pacto enorme, tenías que morir...

 

 

III

 

Malas manos tomaron tu vida desde el día

en que,  a una señal de astros, dejara su plantel

nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él...


Y yo dije al Señor:

"Por las sendas mortales le llevan

¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!


¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".


Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

 

 

 

Balada

Él pasó con otra;
yo le vi pasar.

Siempre dulce el viento
y el camino en paz.

¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!

El va amando a otra
por la tierra en flor.

Ha abierto el espino;
pasa una canción.

¡Y él va amando a otra
por la tierra en flor!

El besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas
la luna de azahar.

¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!

El irá con otra
por la eternidad.

Habrá cielos dulces.

(Dios quiere callar.)

¡Y él irá con otra
por la eternidad!



Ausencia


Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.

Se van mis gestos, que se devanaban,
en lanzaderas, delante tus ojos.

Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.

Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.

Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.

Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor y en tu boca de mosto.

Tu entraña fuese y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche,
como demencia de mares solos!

¡Se nos va todo, se nos va todo!

 

Piececitos


Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,

¡Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!



Todas íbamos a ser reinas

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:

Rosalía con Efigenia y
Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos,
decíamos, indudables como el Corán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.


 

 

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